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Correa Vs El Universo: la verdad, el perdón y la compasión medievales

Publicado: 2012-03-01

Después de tanta “paja” en abundantes comentarios, por fin, Gustavo Abad periodista e investigador ecuatoriano, pone los puntos sobre las íes. Aquí el post.

Creer que la sentencia a favor del presidente Correa contra el diario El Universo y el posterior perdón del demandante significan una sanción contra el mal periodismo es tan engañoso como creer que la defensa del periódico guayaquileño es una lucha por la libertad de expresión. De falacias está sembrado este caso y, entre el oportunismo y la pereza mental, mucha gente se suma, sin cuestionamientos, al bullicio de un lado y de otro, como si estar a favor o en contra fueran las únicas posibilidades.

El perdón (la figura legal es remisión) concedido por el mandatario no impide reflexionar sobre temas que, en mi criterio, constituyen el problema de fondo. Queda claro que no se puede combatir al mal periodismo con peores prácticas políticas así como no se puede defender la libertad de expresión con información distorsionada. Si hacemos un balance de este episodio, Correa ha retorcido el sentido de la política y de la justicia tanto como el autor de la columna, motivo de la denuncia, ha envilecido al periodismo.

Sin embargo, no se trata de una lucha entre iguales. La diferencia fundamental radica en que los acusados -incluso si los vemos como representantes del peor periodismo- tienen derecho a exigir garantías jurídicas en su proceso de juzgamiento, mientras que el acusador –precisamente por ser representante del poder político- no tiene derecho a afianzar con sus actos la sospecha de que la sentencia es producto de un sistema de justicia sometido a sus deseos.

Entonces no estamos ante un problema de libertad de expresión, como quieren hacernos creer los medios, sino ante un problema con muchas señales de abuso de poder, que no reconoce el gobierno. Correa, autodefinido como un líder revolucionario, se deslegitima a sí mismo en beneficio de sus adversarios. Convierte en víctimas y regala argumentos éticos a quienes históricamente han faltado a la ética, con lo que debilita el necesario pensamiento crítico respecto de los medios.

Me atrevo a decir que el problema que subyace a todo esto es que el gobierno y los medios, por igual, han llenado este caso de falsas premisas. Los dos han planteado sus argumentos de manera insostenible y tramposa. Han recuperado conceptos anacrónicos, yo diría medievales, como la verdad, el perdón y la compasión, sobre los que propongo la siguiente lectura:

1. La verdad

Entre los más avanzados planteamientos democráticos en materia informativa están los de la responsabilidad social, el derecho a la información, la participación ciudadana, la formación de audiencias críticas, entre otros, que tienen que ser garantizados no solo por los medios sino también por el Estado.

Sin embargo, en su lucha contra los medios, Correa ha planteado el debate en torno al concepto inasible de la verdad -durante su discurso previo al perdón, se refirió al menos tres veces a este concepto- y éstos no han sido capaces de desmontar ese falso dilema, porque tampoco están muy lejos de ese fundamentalismo según el cual los periodistas trabajan para la verdad y la única que existe es la que ellos publican. En eso, ambos contendores se han comido unos quinientos años de evolución de las ideas.

Gobierno y medios, con la misma intensidad, echan mano de una noción medieval de la verdad, que consiste en atribuirle a alguien el dominio sobre ésta. Quizá por ello, ninguno ha planteado la lucha por la transformación del campo mediático, ni por el mejoramiento de las prácticas periodísticas, ni por el derecho de la población a contar con información confiable. Todo lo contrario, se han estancado en una pelea por la demostración de quién dice la verdad.

Hay que reconocer que en esto Correa lleva cierta ventaja sobre sus oponentes porque ya encontró el lugar donde reside la verdad: en el discurso oficial, en su palabra y en la de nadie más. Bueno, los medios también tienen la suya, la libertad de expresión que, a su modo de entender, está desligada de toda responsabilidad sobre lo que se dice.

2. El perdón

Emparejado con la noción anterior, el discurso oficial recupera otro concepto medieval: el perdón. Entablar un juicio, ya sea por injurias, daño moral, o cualquier otra figura es una práctica a la que han acudido varios funcionarios de este gobierno y, por lo visto y escuchado, están alentados a seguir haciéndolo.

La dinámica parece ser la siguiente: demandar y montar una campaña de desprestigio contra el demandado (los medios estatales se han especializado en hacer arqueología de las miserias de los oponentes) hasta lograr la condena. Después, en una demostración de magnanimidad, perdonar al condenado.

Se trata de un acto performativo muy de uso entre los monarcas premodernos, que buscaban la manera de concentrar en su cuerpo y en su verbo todos los signos visibles del poder. El mensaje es tan claro como anacrónico: el poderoso, pese a su capacidad de aplastar al adversario, no deja de ser magnánimo, generoso. Esa es la figura recuperada en este gobierno, seguramente por algún publicista de Carondelet, para representarse a sí mismo.

Varios funcionarios ya lo hicieron antes y de manera poco convincente. Ahora, Correa perdona a El Universo y desiste de la causa contra los autores de “El Gran Hermano”, en una cadena de actos social y políticamente inútiles. A propósito, no se puede confundir a Calderón y Zurita con Palacio. Son casos distintos, con una enorme diferencia periodística entre ellos, algo en lo que no vamos a entrar en este análisis

3. La compasión

En muchos sentidos, la solidaridad viene a ser la versión laica del concepto religioso de compasión. Originalmente, la palabra compasión significa sentir con (el otro) estar a su lado para ayudarlo física y moralmente. En el caso que nos ocupa, los medios también echan mano de un concepto religioso, pero lo usan en su versión laica: la compasión traducida en solidaridad.

Varios articulistas se preguntan hace meses, palabras más, palabras menos: ¿Por qué la gente no reacciona ante muestras tan grandes de injerencia política en la justicia? En efecto, el grueso de la población mira este enfrentamiento como quien mira llover y, en otros casos, como una pelea distante, que no le compete. A muy poca gente se le ocurre salir a las calles a demostrar solidaridad con los medios. La pregunta es: ¿Cabe esperar que la gente sienta solidaridad por los medios?

Irónicamente, esa pregunta provoca otras: ¿Dónde estaban esos medios cuando la gente esperaba por ellos ante otros abusos de poder? ¿Acaso no ha sido práctica recurrente de los medios mirar para otro lado cuando los luchadores sociales han reclamado sus derechos? ¿Por qué deberían solidarizarse ahora con los medios los pueblos indios, los pueblos negros, los ecologistas, los estudiantes y otros, si los medios nunca fueron solidarios con ellos?

Es más fácil sentir solidaridad con quien se considera cercano, con alguien que es como uno, que siente como uno. Los medios piden solidaridad ahora, cuando no la han ejercido con la gente. Y esto también hay que reconocerlo, los medios no inspiran en la gente sentimientos de solidaridad (¿compasión?) quizá porque durante mucho tiempo han ignorado que también existe un profundo resentimiento social contra ellos.


Escrito por

Asunta Montoya

Crítica, Inquieta, inconforme y un poquito creativa. Tejedora de una comunicación solidaria y de una política desde la ciudadanía. Nací en Amazonas y soy latinoamericana. Estudié periodismo en Jaime Bausate y Meza; y Ciencias Políticas en FLACSO-Ecuador. Pero,


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